Reinvención del Cuento (Valentina Gutiérrez y Ariana Calvache)
Era un viernes como cualquier otro. Acaba de llegar del colegio, y dejé mi maleta al lado del sillón principal de la sala, costumbre que cumplía siempre de manera inconsciente. Mi plan de esa noche, era descansar, y tal vez ver alguna película, pero uno nunca puede planear nada, y ese viernes termino no fue nada parecido a lo que yo esperaba. Justo en ese momento, oí la puerta abrirse y cerrarse de manera muy estridente. A los pocos segundo, escuche la voz de mi padrastro gritar mi nombre:
- Blanca Nieves, Blanca Nieves, ¿Dónde estás niña? Hablaba de una manera extraña, nunca lo había oído así.
Escuche como se dirigía a mi cuarto arrastrando los pies, y golpeando todo lo que estaba a su paso. Entro, y me di cuenta que tenía una botella en la mano. En ese instante la rompió contra mi pared, y me amenazo diciendo:
- Espero que seas buena haciéndolo, y espero que no le digas nada a tu madre.
Yo no respondí nada, y tampoco entendí bien a que se refería. De un momento a otro se bajó los pantalones y me botó contra mi cama. Empecé a llorar y me golpeo, una y otra vez, hasta que perdí la conciencia. Unos pocos minutos después me desperté, y lo primero que noté, fueron las tres gotas de sangre que caían por mi pierna izquierda, y cómo mi padre seguía encima de mí haciendo daño. Enseguida escuche otra vez la puerta, y la voz de mi madre Ravenna diciendo:
- Amor, ya llegué y te traje comida.
Era de esperarse. Mi madre siempre lo atendía, se notaba que sentía un amor irracional por él, era casi algo posesivo.
Mi padre se espantó y torpemente se levantó de mi cama tabaleándose. En ese instante, entró mi madre con las bolsas de la compra, y lo vio ahí, aún con los pantalones abajo. Mi padre se desmayó de la borrachera, y cayó al piso. Mi madre se me acercó, y me golpeo, aunque tenía la cara tan amortiguada que no sentí nada. No sé cuánto tiempo pasó, pero lo último que recuerdo es despertarme horas después en mi cama.
Salí, y vi el cuarto de mi madre casi vacío. Fui a la sala, aún a dolorida, y la vi sentada en la mesa con una botella de whisky casi vacía.
- Mama, ¿Qué pasó en tu cuarto? ¿Dónde están los muebles de mi papá?
- Él no es nada tuyo, y de todas formas, ha decidido irse. Y ahora por tu culpa ya no es mío tampoco.
- Mamá, yo no quise hacer nada, y tampoco estoy completamente consiente de que fue lo que pasó.
- ¿Ah sí? Yo no te vi resistiéndote, y parecía que lo disfrutabas.
Lentamente se me acercó, y cogió un adorno que estaba cerca del comedor.
- Pero él me pegó, me desmayé y no recuerdo bien que sucedió hasta unos segundos antes de que tú llegaras.
- No te creo nada, Philip no es violento. ¿O me has visto alguna vez con moretones en la cara? ¡Traicionera! ¡Sucia!
Me comenzó a pegar con el adorno, y gritaba diciendo:
- Es mío, y será mío. ¡Ahora por tu culpa no está más!
Era obvio, lo amaba como nunca había amado a alguien, ni siquiera a mi padre.
Pasaron algunos días… Mi cara se recuperó parcialmente, y mi mamá ya estaba más tranquila, y aparentemente ya me había disculpado por hacer lo que ella dice que hice. Recuerdo que en esos días me ofreció irnos de viaje para olvidar todo lo sucedido, y remediar nuestra relación. Como era lo que yo más quería, sin dudarlo acepté, e hice las maletas para partir hacia nuestra casa de campo. Mi madre me pidió que yo me adelantara, y me dijo que ella iría unos días después. Tenía que arreglar un asunto del trabajo, y yo la obedecí.
Mi madre habló con Peter, la persona que cuidaba la casa de campo, para que me recogiera. La noté un poco extraña mientras conversaba con él por teléfono, parecía que quería que no la escuchara.
Ese mismo día, Peter llegó y me llevó a la casa de campo. Él también lucía extraño. Llegamos, me ayudó a levantar las maletas y cuando entré cerró la puerta muy fuerte.
Vi por la ventana que se alejaba hacia su pequeña casa. Traté de gritarle, pero no me hizo caso, y me dejó ahí encerrada. Noté que en las alacenas y en la refrigeradora no había nada, y los recipientes de agua estaban vacíos. Entonces sospeché lo peor. Quizás mi madre aún no me había perdonado, y se estaba vengado por haberle quitado a su hombre, o eso era lo que ella decía.
Durante dos días, hice lo imposible para salir de la casa, o por lo menos para encontrar algo de comer, pero nada. Le gritaba todos los días que viniera y me alimentara, se acercó a la ventana y me dijo que, en efecto, eran ordenes de mi madre. Al tercer día, estaba llorando por el dolor de estómago tan fuerte que sentía, y por la desesperación de poder hacer algo para que mi madre me entendiese; justo ahí llego Peter, y me observó durante unos segundos por la ventana.
Abrió la puerta, empezó a llorar al verme, y me dijo que el no quiso hacer lo que mi madre le pidió pero que ella lo amenazó.
- Escapa ahora, que yo me las arreglo con tu madre. Me dijo con el corazón partido en dos.
Me entregó un papel con algo anotado:
- Toma un bus hacia la ciudad, y anda a esta dirección, ahí te ayudarán y te darán el cuidado que necesitas.
Quizá era otro engaño, pero en ese momento no tenía otra opción.
Después de unas horas, llegué con las últimas fuerzas que tenía. Era un lugar que tenía un rotulo que decía: Centro de Apoyo Integral contra la Violencia Intrafamiliar.
A duras penas alcancé a tocar el timbre cuando caí al piso inconsciente por el maltrato físico por el que había pasado. Cuando me desperté, estaba en una camilla con siete mujeres a mi alrededor, que parecían estar esperando a que reaccione. Cada una de ellas estaba más preocupada que la otra. Me dieron un vaso de agua y me pidieron que les explique cómo llegué ahí, y en ese estado. Les conté todo, y algunas se partieron a llorar.
- Ahora mismo buscaremos un lugar para ti en esta casa. Me decían entre lágrimas.
Yo solo me quedé callada.
Me alojaron ahí. Me dieron ropa nueva, una cama limpia, y comida, por fin. Poco a poco me fui acostumbrando al estilo de vida que llevaban en ese lugar: sesiones grupales, terapias con psicólogos, y clases como las que tenía en la secundaria. También me acostumbré a la gente con la que convivía, cada uno con sus problemas, y a la gente que me ayudaba. Eran todas mujeres, algunas dormilonas, otras gruñonas, otras un poco tontas, unas cuantas risueñas, tímidas, otras que estaban enfermas siempre, y otras que a pesar de su situación siempre estaban felices. Era un grupo extremadanamente variado, pero a pesar de eso, siempre nos ayudábamos y me ayudaban a superar todo lo que pasó.
Había algo en este centro que se llamaba Sesiones de Enfrentamiento. Básicamente se trataba de enfrentar esa cosa o la persona que te había causado el trauma, para llegar a la raíz del problema. La primera vez que tuve que hacerlo, tuve una crisis nerviosa, y no me atreví a ver a mi madre a la cara. Mi padre no pudo ir por que se había ido. Eso empeoró la situación, y llegué a estar más afectada que cuando había llegado.
Pocos meses después, me sentía diferente. Comencé a ver el mundo de otra manera, y la crueldad de mi madre y los abusos de mi padre parecían haber perdido importancia, y ahora sabía que mi felicidad tenía más relevancia. Me dijeron para ese entonces, que tenía que volver a tener una sesión de enfrentamiento, y la acepté. Estábamos las siete mujeres que me ayudaron en un principio y yo en la sala donde tomaría lugar esta sesión. Estaba muy nerviosa, debo admitir, y a los pocos minutos vi como la puerta se abría y mi madre entraba. La noté muy demacrada, y como destruida de dentro hacia fuera. Se sentó, y mi miró con el mismo odio que cuando me encontró con mi padre.
- Señora, cuéntenos, ¿Qué sucedió con su hija? Le dijo una de las mujeres.
- ¿Acaso no se lo ha dicho la desgraciada? La encontré en la cama con mi marido, mi hombre, su padrastro, y por eso, él se ha ido, dejándome abandonada con esta mugrienta, que no ha tenido la cara de regresar a su casa, conmigo.
- Pero señora… En ese momento la interrumpí.
- Madre, ahora me tienes que escuchar a mí. Ya no tienes la potestad de callarme con tus golpes, y tampoco me das miedo. ¿Sabes por qué no regrese? Porque me cansé de que me reclamarás por haberte quitado un hombre que no quise que fuera mío, y que nunca fue tuyo tampoco. Voy a empezar a decidir sobre mi propia vida, y voy a ser feliz ¿Me escuchas? ¡Feliz!
Nunca olvidaré la cara de mi madre, y como solo se paró y salió de la sala, sin decir nada. Las siete mujeres tampoco dijeron nada, y yo, solo regrese a mi cuarto. Nunca había sentido una felicidad parecida.
Pasó una semana, y una de las mujeres, la que más me agradaba entró a mi cuarto mientras descansaba, y me dijo:
- Blanca Nieves, siento que ya no debes estar aquí.
- ¿Qué? Pero, ¿Por qué?
- Mira, me has demostrado, a mí y a todas las que vivimos aquí, que ya puedes enfrentarte al mundo real tú sola. Ya estás lista para salir, y lidiar con la gente que hay allá afuera, y sobre todo con sus engaños, que por desgracia tuviste que vivirlos antes de tiempo. Eres más fuerte que tu madre, aunque ella no soporte eso. No tiene sentido seguir cuidando de ti, cuando sé que ya no eres una adolescente, sino una mujer.
Terminé entiendo por fin, después de meses de sufrimiento, que mi madre estaba cegada por el amor de alguien que en verdad no la quería. Entendí también, que esta experiencia fue una especie de advertencia para mi futura yo, para saber cómo no tengo que dejarme enceguecer por el amor de alguien, hasta el punto de querer destruir a mis propios hijos.